by Maria Rotger

La traducción cultural

La traducción debe entenderse como una actividad, históricamente concebida como un arte, en la que una lengua de partida (L1) debe transformarse en una lengua meta (L2) enmarcada e integrada en una cultura diferente que la condiciona. La traducción atraviesa no solamente idiomas diferentes sino culturas que pueden diferir mucho las unas de las otras y, por tanto, los referentes culturales serán esenciales si queremos transmitir nuestro mensaje de forma eficaz y fiel.

La labor del traductor no es fruto de la magia ni de la creación de una máquina perfecta que pueda sustituir el trabajo humano, sino de la reflexión pausada y meditada del texto original que contemple aspectos lingüísticos y culturales tales como las unidades fraseológicas, las expresiones coloquiales, la fraseología popular, los refranes, las onomatopeyas, los hábitos, las costumbres, las tradiciones, la gastronomía. La traducción se concibe, por tanto, como una actividad comprometida y compleja en ocasiones, pues podemos encontrarnos con elementos intraducibles como podrían ser la sonoridad o el efecto fonético de una canción o poema, los false friends o los cultural bumps en los que la ideología y la hegemonía tienen mucho que aportar.

El traductor deberá valorar la importancia que le da a las implicaciones culturales y a ciertos aspectos culturales en la traducción y a valorar de forma razonada cuál es la estrategia más adecuada para transmitir de forma eficiente el mensaje de la lengua original. Sin embargo, ¿qué es cultura? Debemos precisar el concepto tomando como base la definición de Newmark (1988: 94) según el cual la cultura es “el estilo de vida y sus manifestaciones que son particulares y concretas de una comunidad que usa una lengua en particular como forma de expresión”. Vermeer sostiene que la lengua es parte de la cultura (1989: 222) e, independientemente de que podamos estar más o menos de acuerdo con estos autores, podemos afirmar que la noción de cultura y lengua son inseparables.

El traductor, además, debe ser consciente del conocimiento del que pueden disponer sus lectores exponenciales o su auditorio, en el caso de una traducción simultánea. Algunas de las referencias culturales a las que nos referimos son clasificaciones extensionales como las de Newmark: ecología (flora, fauna, vientos, montes); cultura material o artefactos (comida, ropa, vivienda y poblaciones); cultural social, trabajo y ocio; costumbres y conceptos (políticos, religiosos, administrativos), gestos y hábitos.

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A continuación, vamos a pasar a la práctica tomando en consideración ejemplos de textos con una lengua y cultura distintas a la nuestra. Nos interesa subrayar la dificultad que entraña la traducción ya no a nivel gramatical o sintáctico, sino a nivel léxico. Por ello, aportamos ejemplos de algo que podamos entender todos, como es la comida. Para Newmark (1988: 97), “es la más importante expresión de la cultura nacional; las palabras referentes a la comida están sujetas a los más variados procesos de traducción”.

Pensemos en la expresión pâtisseries tunisiennes. La traducción no entrañaría ninguna complicación si, como lectores o receptores, conociéramos la realidad cultural de la lengua de origen. Sin embargo, puede que para un hablante de otra lengua, esta expresión pueda parecerle una expresión extranjera, ajena a su conocimiento, y la labor del traductor radicará en buscar una expresión equivalente en otra lengua y cultura. Esta tarea implicará barajar varias posibilidades: ¿en inglés podríamos traducirlo como “cakes” or “pastries” y en español como “pastas tunecinas”?  

Otro ejemplo que evidencia la dificultad que, en ocasiones, entraña la labor de la traducción podría ser una expresión que incluye un epónimo, es decir, un nombre de una persona que designa un lugar geográfico donde se produce vino como bouteilles de Sidi Brahim. ¿Cómo debemos traducirlo para que la traducción sea equivalente si el lector carece del conocimiento cultural? El traductor puede utilizar una forma neutral traduciéndolo como “vino argelino económico”. botella vi

Otro ejemplo representativo sería la expresión Chez l’Arabe, en la que debería tenerse en cuenta no solo el origen “Arabe” sino también la noción de que Chez l’Arabe es un lugar que siempre está abierto y donde puede encontrarse casi todo aquello que se busque. ¿Cómo mantenemos la referencia geográfica y cultural si nuestros receptores no tienen un bagaje o conocimiento previo? Podríamos traducirlo como “turkish delight” o “delicia turca” o, incluso, podríamos parafrasear como “delicia turca traída de los árabes” o comprada en las tiendas turcas, pero para ello los receptores deben conocer cómo son esas tiendas turcas, que difieren de las tiendas con un horario de, por ejemplo, Francia, Inglaterra o España. Por tanto, la realidad de “arab shop” debería quedar explicada en la traducción para que pudiera ser considerada equivalente.

Un ejemplo más: ¿cómo traducimos Les Loukoums? Podemos traducirlo manteniendo el término original o utilizando un término conocido. En el primer caso, la información podría ser interpretada por una comunidad a la que le fueran familiares las costumbres orientales, concretamente, Turquía y Grecia. En Francia, por ejemplo loukoum es una palabra que se ha transferido por igual al francés de los países del norte de África. En el segundo caso, habría que buscar una palabra que fuera equivalente al idioma y la cultura de llegada.

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Referencias bibliográficas:

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